Si en los carnívoros la soledad y el
individualismo se convierten en la ley de supervivencia; en los lobos todo lo contrario la
socialización, las relaciones intraespecíficas, la manada y el territorio los hacen sobrevivir.
Más familiar que grupal se
compone de la pareja dominante-reproductora-líder, núcleo y eje del grupo
familiar; los cachorros de la última camada –neonatos de la primavera– y, a
veces, algún lobo subordinado.
Imponen una
jerarquía más rígida, por orden de relevancia: pareja dominante/reproductora o
alfa, y lobo beta –segundo de a bordo, mano derecha, y, ocasionalmente, con
derechos reproductores– en la cúspide social; lobo gama, subordinado del
anterior, y, en el extremo inferior, el lobo omega, paria sumiso y despreciado
por todo el clan). Un colectivo que, raramente, supera la docena de miembros
(en hábitats estables; al desnaturalizarse, esta composición se disgrega,
reduciéndose a los reproductores y una exigua camada. Rango: 3/12 miembros), y
donde la exclusividad reproductiva es acaparada por la pareja dominante. Los
cachorros, temporalmente infecundos, no presentan amenaza al estatus
líder/reproductor, y gozan de cierta permisibilidad jerárquica. Los lobos de
edades superiores, en especial aquellos que alcanzan la madurez sexual (dos
años, edad fértil en la hembra, tres en los machos) manifiestan unos conflictos
y características etológicas que los definen, acercan y alejan de las manadas y
siempre las dinamizan. Digamos que más que una etiqueta (lobo flotante,
dispersante, divagante…) forma un estado (expulsado, en dispersión, solitario…)
susceptible de cambiar (p.ej., un lobo expulsado, errante sobre el filo de la
navaja, puede integrarse en una nueva jauría y ocupar el estatus de líder, en
un cambio radical).
Conozcamos a los diferentes miembros de la sociedad lupina
(Ramón Grande del Brío):
Lobos transeúntes, errantes o solitarios. Lobos maduros sexualmente típicos de las poblaciones saturadas, copándolas hasta en un tercio. Hambrientos y castrados jerárquicamente se exilian o son expulsados de la manada natal. Esta segregación –en principio poco social– impide la proliferación de camadas y, con ello, una hambruna general al esquilmar los cazaderos; erradica los focos de tensión y disemina los genes. Merodean durante el día por biotopos degradados y cazaderos exiguos, desechados por otros lobos, evitando incidentes con éstos –crepusculares-. En continua dispersión, temerosos de toparse con hombres y lobos territoriales y casi siempre con hambre (visualmente: en invierno su vientre alto, vacío de sustancia lo dice todo; en verano, el pelaje menos denso muestra el costillar. Si difícil resulta avistarlo, casi imposible con la panza curvada), ya que, sin el cooperativismo de un grupo, las piezas mayores están vedadas a sus fauces y ha de resignarse a la caza menor. A la deriva en busca de un trozo de tierra, una pequeña manada o una vacante a sustituir, ser aceptado aunque suponga jugar con la muerte. En caso de lograrlo puede llegar a ocupar el rango de líder con derechos reproductores y minimizar la endogamia. Aunque lo usual es acarrear heridas o morir en el intento, el lobo solitario protagoniza una baja tasa de supervivencia (hostilidad y ataques de congéneres, persecución del hombre, accidentalidad –atropellos, ahogamientos, etc.-). En definitiva: víctimas de la hostilidad, reos de la hambruna, siempre marginales y con un sueño en mente: una manada.
Lobos transeúntes, errantes o solitarios. Lobos maduros sexualmente típicos de las poblaciones saturadas, copándolas hasta en un tercio. Hambrientos y castrados jerárquicamente se exilian o son expulsados de la manada natal. Esta segregación –en principio poco social– impide la proliferación de camadas y, con ello, una hambruna general al esquilmar los cazaderos; erradica los focos de tensión y disemina los genes. Merodean durante el día por biotopos degradados y cazaderos exiguos, desechados por otros lobos, evitando incidentes con éstos –crepusculares-. En continua dispersión, temerosos de toparse con hombres y lobos territoriales y casi siempre con hambre (visualmente: en invierno su vientre alto, vacío de sustancia lo dice todo; en verano, el pelaje menos denso muestra el costillar. Si difícil resulta avistarlo, casi imposible con la panza curvada), ya que, sin el cooperativismo de un grupo, las piezas mayores están vedadas a sus fauces y ha de resignarse a la caza menor. A la deriva en busca de un trozo de tierra, una pequeña manada o una vacante a sustituir, ser aceptado aunque suponga jugar con la muerte. En caso de lograrlo puede llegar a ocupar el rango de líder con derechos reproductores y minimizar la endogamia. Aunque lo usual es acarrear heridas o morir en el intento, el lobo solitario protagoniza una baja tasa de supervivencia (hostilidad y ataques de congéneres, persecución del hombre, accidentalidad –atropellos, ahogamientos, etc.-). En definitiva: víctimas de la hostilidad, reos de la hambruna, siempre marginales y con un sueño en mente: una manada.
Lobo viejo y pacto de
lobos. Único adulto no reproductor que
puede convivir con la pareja dominante en los territorios centrales, incluso en
el hogar. Aporta equilibrio, saber y una experiencia vívida; cualidades que
contribuyen al adecuado funcionamiento de la manada. Su mera presencia indica
valores etológicos de gran relevancia y una buena calidad ecológica del
biotopo. De hecho, cuando éstos se degradan y la jauría se compone de lobos
jóvenes, suelen ser expulsados fruto de un incómodo reajuste social. En este
nuevo estado vagabundea solitario o en pareja formando un
curioso tandem: lobos matrero y escudero, maestro y aprendiz. Adulto y joven se
unen para sobrevivir...
el
adulto,viejo,maestro es el socio inteligente, reflexivo y experimentado; el
cerebro de la pareja. El subadulto aporta la energía y la
fuerza de acción inmediata, impulsivo y vital. Uno y otro se necesitan para
subsistir en un campeo libre, más allá de la seguridad de la manada. La
inteligencia práctica de los años vividos del maestro reparan las
incidencias y aleccionan al aprendiz. Éste protagoniza las acciones, da la
cara, se expone (p.ej., camina por delante o come primero de una carroña
–trampa-) y asimila los conocimientos del lobo viejo (captación de alimentos,
rutas menos expuestas, encames protegidos, etc.). Una alianza que navega entre
dos aguas: supervivencia o muerte, hambre y miedo, desarraigo y persecución.
Depredadores de cazaderos de segunda, famélicos y escuálidos, protagonizan un
alto índice de lobadas empujados por una hambruna sin cuartel; a menudo, hecho
imputado falsamente a los lobos residentes que, de toparse con ellos, les
atacarán centrando la ofensiva –sobre todo el líder– en el lobo viejo. La
muerte de uno de los dos supone un revés vital para el otro, que intentará
subsistir, con mayores dificultades, al naufragio como lobo flotante.
El lobo divagante se manifiesta como un cánido independiente, ajeno a
las reglas y jerarquía de la manada. Nómada de campeo libre, vagabundea a su
aire y, tan sólo de vez en cuando, se acerca a los territorios periféricos de
los clanes para socializar temporalmente ya que su carácter indómito le obliga a viajar en solitario.
Los lobos
dispersantes Jóvenes
lobos que alcanzan la mayoría de edad –año y medio– y abandonan la casa paterna
en pos de un hogar propio; su número aumenta en relación a la menor
disponibilidad trófica y mayor densidad de individuos. Forman las nuevas
generaciones que exportan el modelo social familiar a las tierras colindantes
para instaurarlo y propagarlo.
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