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martes, 15 de abril de 2014

Los perros vienen del lobo que comía hidratos de carbono de la basura

Lo primeros perros podrían haber sido los lobos que hurgaban en la basura de las granjas. A falta de presas, los carnívoros que empezaron a comer hidratos de carbono –féculas y restos de cereales– habrían desarrollado su sistema alimenticio y digestivo. Su dependencia de los humanos los habría obligado también a domesticarse.
Un estudio firmado por un equipo de investigadores estadounidenses y suecos publicado ayer en la revistaNature demuestra que los perros tienen más genes involucrados en el metabolismo de féculas que los lobos, lo que le lleva a deducir que el cambio de alimentación fue un factor fundamental en la evolución del animal salvaje.
La evolución del lobo al perro domesticado es un paso clave en la historia de la civilización muy controvertido, del que hasta ahora había muy poca información relacionada con los cambios genéticos. Aunque no se sabe con exactitud cuándo se produjo la transformación, ni cuándo establecieron una relación tan cercana con los humanos, los restos fósiles avalan que fue hace varios miles de años.
Hasta ahora, la opinión dominante defendía que el perro moderno evolucionó a partir de los lobos que los cazadores amaestraron para que les ayudaran a atrapar y recoger presas. El estudio publicado ayer apunta, sin embargo, a que la domesticación empezó con los lobos que robaban comida a los agricultores y que se acabaron adaptando a su modo de vida.
Los científicos compararon la reconstrucción del genoma completo de ambas especies (analizaron 50 perros y 12 lobos de todo el mundo). Descubrieron que hay 36 regiones génicas, algo más de 100 genes, fundamentales para la evolución con dos tipologías: los genes del cerebro y los genes del aparato digestivo, con un papel fundamental en la absorción de las féculas y el metabolismo de las grasas. Identificaron también las mutaciones en los genes clave que dan información sobre la evolución del sistema digestivo de los perros. El estudio apunta a que el abandono de una dieta estrictamente carnívora por parte de los perros puede ser la clave de su evolución.

Si hay pan, ¿quién se pelea por un filete?

Cuando vienen mal dadas, el que sobrevive no es el más bestia. Es el que busca mejor entre la basura

Hay una tradición tremebunda de la comunicación de la ciencia, y de la ciencia en sí misma, que identifica la evolución biológica con sus metáforas más encarnizadas: la lucha por la vida, la supervivencia del más apto, la “naturaleza roja en diente y garra” con que lord Tennyson tasó el darwinismo, incluso 10 años antes de la publicación de El origen de las especies por Charles Darwin. Tennyson era muy consciente de que la ciencia de su época contradecía la narración bíblica de la creación del hombre, y escribió ese verso en uno de los poemas más memorables de la literatura inglesa, In memoriam AHH, bajo la inmensa pesadumbre intelectual que le producía la evolución, la idea de que el ser humano no ocupaba un lugar especial en la creación, que no era más que una desviación adaptativa de la mente de un mono. Y que, encima, las fuerzas que lo habían creado se encontraban entre las más rastreras imaginables. La naturaleza roja en diente y garra. Una verdad poética.
Pero hay mecanismos evolutivos que no dependen tanto de los dientes y las garras como del palmito y las agarraderas. Casos en que gustar es más eficaz que morder. Como estrategia evolutiva, me refiero. Uno de los ejemplos más espectaculares es el de la invención de las plumas, que evolucionaron en un grupo de dinosaurios mucho antes de que sus descendientes echaran a volar y se convirtieran en las actuales aves. Y en cualquier caso, las plumas por sí solas no bastan para volar, como demuestra el caso de una gallina. ¿Para qué evolucionaron las plumas, entonces?
La respuesta es: para el amor, estúpido. Nacieron como vistoso adorno para atraer al sexo opuesto. Vean el grado de estupidez –y de belleza— que ha alcanzado el pavo real en este terreno.
el ejemplo del lobo que hemos conocido hoy puede ser menos espectacular, incluso menos romántico, pero desde luego ofrece una nueva pista inesperada: que, cuando vienen mal dadas, el que sobrevive no es el más bestia, ni el que tiene más dientes y garras y causa heridas más rojas. Es el que busca mejor entre la basura. Si hay pan, pareció decir el lobo, ¿quién se pelea por un filete? Amor e inmundicia, querido Tennyson.
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/01/24/actualidad/1359049382_717138.html

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