Domingo Calvo, el último de los grandes alimañeros, falleció hace ahora 25 años
Dejó por escrito unas memorias en las que relata cómo crió y domesticó a un lobo al que terminó matando tras una lucha feroz
En los montes de Caso, todos aquellos que tienen cierta edad recuerdan perfectamente la figura de un hombre que recorría el concejo subido a una moto sobre la que desplegaba la piel de un lobo, una clara advertencia de lo que les podía hacer a esos animales. Era Domingo Calvo Testón, alimañero oficial de la Sociedad Astur de Caza y toda una leyenda nacional. Se le conocía como «el tigre» del monte, como el responsable de haber dado caza a «lobos en cantidad, cientos de zorros, gatos monteses, turones, jinetas, martas, tejones y otras variedades», como él mismo dejó escrito en sus memorias.
Cuando apresaba un lobo, las plazas eran un hervidero de curiosos deseosos de ver al animal y a su captor. Las gentes le premiaban con lo que buenamente podían en compensación por haber liberado el monte de este terrible depredador de ovejas y cabritillos. «Era muy bueno», asegura el ganadero casín Benito Gallinar, quien convivió con Domingo Calvo y fue testigo de sus enormes habilidades. «No sólo es que supiera dónde estaban sino que se hacía amigo de ellos», rememora.
Gallinar relata cómo Domingo era capaz de reproducir el aullido de los lobos para, gracias a este sonido, hacerse familiar entre los cánidos salvajes. «Se ganaba su confianza hasta que lograba llegar adonde estaban ellos», cuenta. Su secreto era la paciencia, el tiempo invertido en el monte y la observación atenta de sus costumbres y comportamientos. Así conseguía hacerse con las piezas que luego se cobraba por los pueblos o en las entidades que contrataban sus servicios.
La figura del alimañero se creó en 1953, cuando surgieron en España las Juntas de Extinción de Alimañas, encargadas de exterminar a todos aquellos ejemplares salvajes que pusieran en peligro el ganado. Funcionaron 29 años, hasta 1982, período en el que se dio muerte a unos cuatro millones de alimañas. Sobre todos esos profesionales destacaba Domingo Calvo Testón, quien siempre estuvo en los puestos de honor del 'ranking' como responsable de la caza de centenares de estos depredadores.
«Antes los alimañeros estaban muy valorados, porque los lobos hacían mucho daño a la cabaña ganadera», señala el alcalde casín, Tomás Cueria. El lobo prácticamente llegó a desaparecer del Parque de Redes casi al mismo tiempo que el oficio de alimañero, lo mismo que ocurrió en toda España. Pero sin nadie que le diera caza, la especie volvió a expandirse. En 1986, España ratificó el Convenio de Berna e incluyó al lobo como «especie de fauna protegida» que, no obstante, puede ser objeto de caza. Unos años más tarde, la Directiva Hábitats también permitió la «gestión» de las poblaciones de lobo al norte de Duero, donde tiene mayor presencia.
Ahora, con restringidos planes de gestión del lobo, el último de ellos a punto de ser aprobado por el Principado, se realizan programas anuales de control de la especie a razón de una media de medio centenar de ejemplares por año. La cifra no satisface ni a conservacionistas ni a ganaderos, que añoran de forma creciente a los alimañeros y una época en que el ganado era prioritario. «Entendemos que sea una especie en peligro, pero hay que proteger la ganadería, que es el único recurso en el medio rural», señala Cueria.
Domingo Calvo falleció en Langreo en agosto de 1990, hará 25 años, pero su leyenda sigue vida. En el bar de Puente Piedra se le puede ver aún en alguna fotografía que cuelga de la pared, y su casa, aunque en ruinas, permanece para el recuerdo en esta localidad casina. En su huerta tenía un pequeño zoológico por el que pasaron muchos animales y que era una de las grandes atracciones de la zo na. «Yo iba allí de crío a ver los lobos que recogía en el monte», recuerda el propio regidor. Como él, todos los pequeños del concejo tenían una obligada parada ante su casa para observar el comportamiento de aquellos animales salvajes, entre los que hubo uno que se hizo especialmente famoso: el 'Valdroguín'.
Domingo era capaz de capturar lobos adultos, contabilizándose por decenas los que logró atrapar en su extensa carrera como alimañero, pero con más frecuencia lo que hacía era sustraer las crías de las cuevas antes de que se convirtieran en una amenaza para las reses. «Quitaría dos o tres camadas al año», calcula Gallinar.
La historia de 'Valdroguín'
En junio de 1961 capturó una de esas camadas y se la llevó a su casa. Allí tuvo a los lobeznos un mes. «Les dio leche por el biberón hasta que comenzaron a comer carne y, finalmente, decidió quedarse con uno. Le llamó 'Valdroguín', lo que, a su juicio, quería decir «que comía mucho», y se convirtieron en compañeros inseparables. Puede decirse que Domingo Calvo consiguió domesticar a un lobo, al que acariciaba y cuidaba, y también daba la libertad de adentrarse en los montes. Luego, por la noche, Domingo llamaba a 'Valdroguín' «por su nombre y con una especie de canción que él comprendió muy pronto». 'Valdroguín' jugaba con los perros, seguía las huellas de Domingo, le lamía la cara o jugaba con sus botas, e incluso ganó un premio en una exhibición de cánidos en Sama de Langreo por la fiesta de Huevos Pintos. Fue un lobo famoso, mil veces fotografiado y hasta grabado para el cine. El propio Domingo dejó constancia escrita de muchas de las anécdotas de su 'mascota' en un manuscrito que alguien transcribió a máquina y que acabó en manos de una de sus sobrinas. Ahí cuenta cómo después de que devorase una gallina o una oveja acudía a él delatándose con un curioso lloriqueo, cómo a veces seguía su rastro a kilómetros de distancia o cómo lo exhibió por los pueblos cuando su mujer fue hospitalizada y requirió ingresos extra.
Aunque la historia principal de estas sorprendentes memorias es el hecho de que esa aventura de domesticar al lobo acabó en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, en una lucha «a vida o muerte» que terminó con «el tiro que más me pesó de la vida». Domingo terminó con 27 puntos y 55 heridas que requirieron dos horas y media de curas. Pero l o que más le dolía era haber matado a su gran amigo, un lobo del que nunca terminó de fiarse del todo porque «la intención y las mañas eran las de su clase», pero de cuyo comportamiento agresivo se consideraba culpable por haberle pegado. «Metí la pata, en vez de acariciarle, le pegué y se volvió a mí avisándome de que por las malas no había nada que hacer», relató tiempo después.
«Es un testimonio interesantísimo», asegura Monchu Calvo, pariente lejano que se ha encargado de recopilar información sobre este personaje «singular» que exhibía con orgullo su carné de alimañero y que «cazaba a los animales a la vez que los quería». Representaba, opina, un equilibrio entre el hombre y la naturaleza «que hoy se ha perdido».
http://www.elcomercio.es/asturias/cuencas/201502/01/hombre-aullaba-lobos-20150201010629.html
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